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Para que los espíritus se abrieran a este descubrimiento primero se debía preparar el terreno.
En los años 30, se había formado un grupo de personas orientadas hacia la renovación del catarismo y la búsqueda del Santo Grial. Entre ellas se encontraban personalidades distinguidas: un ocultista, un escritor inspirado como Maurice Magre, intelectuales como Déodat Roché, que buscaba también el secreto de los cátaros, la condesa Pujol-Murat, descendiente de la célebre Esclarmonda de Foix, el poeta y filòsofo René Nelli, amigo de André Breton –para quien “Montségur ardía aún” (el espíritu de la intolerancia consume siempre)- y evidentemente Antonín Gadal.
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El catarismo fue para algunos no sólo un gran momento de la historia del pensamiento filosófico de la Edad Media, sino que abrió nuevas perspectivas del conocimiento del hombre, la evolución de su conciencia y la espiritualidad en Europa. Un círculo de simpatizantes, emparentados por el espíritu, se había formado y todo trabajaban en vista de un despertar, de una revivificación de la antigua cultura occitana.
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